No es casual que la inteligencia artificial se esté convirtiendo en un nuevo campo de tensiones geopolíticas. En menos de una semana, el mundo presenció dos posturas radicalmente distintas frente a una misma tecnología: mientras la administración Trump revelaba una estrategia agresiva de baja regulación para consolidar su dominio, China, desde el escenario del World Artificial Intelligence Conference (WAIC) en Shanghái, proponía una visión opuesta: cooperación global, gobernanza compartida y desarrollo abierto.
El primer ministro chino Li Qiang fue claro en su diagnóstico: la gobernanza de la IA está hoy dispersa, sujeta a intereses nacionales divergentes y sin un marco común que regule su evolución. Durante su intervención en el WAIC, hizo un llamado a los países a establecer una organización internacional dedicada a coordinar el desarrollo y la seguridad de la IA. No se trató de un gesto diplomático vacío, sino de una advertencia implícita: sin un acuerdo global, la tecnología corre el riesgo de convertirse en un arma geopolítica o en un monopolio corporativo de unos pocos.
A su juicio, es necesario “encontrar un equilibrio entre el desarrollo y la seguridad”, y este equilibrio no puede lograrse sin una base común de principios. A diferencia del enfoque estadounidense, que busca acelerar la innovación reduciendo regulaciones, China aboga por una arquitectura institucional que permita compartir conocimiento, establecer estándares éticos y garantizar un desarrollo inclusivo, en particular para los países del sur global.
El contexto no puede ignorarse: Estados Unidos acaba de publicar una estrategia orientada a reducir la intervención del Estado en la evolución de los modelos de IA. Entre otras cosas, una orden ejecutiva firmada por el presidente Trump apunta directamente contra lo que la Casa Blanca denomina “IA woke”, un concepto ambiguo que parece referirse a modelos entrenados con sesgos progresistas o filtros ideológicos.
La apuesta estadounidense es clara: mantener el liderazgo mediante velocidad, propiedad intelectual y control privado del desarrollo. La de China, en contraste, se presenta como una propuesta multilateral, abierta y regulada, aunque bajo una fuerte presencia estatal. Es, en esencia, un reflejo de los modelos políticos de ambos países trasladado al terreno tecnológico.
Pero más allá del discurso, hay una disputa real por la arquitectura del futuro. ¿Será la inteligencia artificial una tecnología regida por normas compartidas y accesibles, o una herramienta de poder geoeconómico y control estratégico?
Aunque Li Qiang evitó nombrar a Estados Unidos directamente, sus advertencias fueron transparentes. Habló de la creciente escasez de chips avanzados —esenciales para entrenar modelos de última generación— y de las restricciones en el intercambio de talento. No lo dijo, pero todos entendieron la referencia: Washington ha impuesto severos controles de exportación a tecnologías sensibles, como los chips de Nvidia o el equipamiento de fabricación de semiconductores.
Estas restricciones han golpeado a la industria china justo cuando intenta posicionarse como una potencia en IA. Empresas como Huawei y Alibaba han tenido que rediseñar sus planes, buscar alternativas nacionales o recurrir a desarrollos menos potentes. El llamado a la cooperación global, en este contexto, también puede leerse como una estrategia para romper el cerco tecnológico.
Uno de los ejes centrales del discurso del premier chino fue la promoción del desarrollo de IA en formato open-source. China se presenta como un país dispuesto a compartir avances tecnológicos con otras naciones, especialmente con aquellas que no tienen acceso a infraestructura avanzada o talento especializado.
Es un movimiento inteligente. Al fomentar el uso de modelos abiertos, Beijing puede construir alianzas, ampliar su influencia tecnológica y posicionarse como un proveedor alternativo frente a los gigantes estadounidenses. Iniciativas como Baichuan, Zhipu o InternLM ya han liberado modelos de lenguaje que compiten en capacidad con GPT-3.5 o LLaMA, pero con licencias más permisivas.
Si este modelo gana tracción, podríamos ver un ecosistema dual: por un lado, grandes modelos cerrados controlados por corporaciones como OpenAI, Anthropic o Google DeepMind; por otro, una red creciente de modelos abiertos impulsados por consorcios asiáticos o alianzas del sur global.
Li Qiang también abordó un tema que preocupa a gobiernos, medios y reguladores: la propagación de desinformación mediante IA. A medida que los modelos generativos son integrados en motores de búsqueda, redes sociales o asistentes virtuales, surge un problema no trivial: ¿cómo se garantiza la veracidad de lo que producen?
Esta semana, un estudio advirtió que los resúmenes generados por IA en buscadores están reduciendo hasta en un 80% los clics hacia medios periodísticos. Si este modelo se consolida, los medios perderán tráfico, ingresos y, eventualmente, capacidad de investigación. En paralelo, la línea entre información real, narrativas generadas y propaganda algorítmica se vuelve cada vez más borrosa.
Es aquí donde la gobernanza adquiere una dimensión política. No se trata sólo de proteger a los usuarios, sino de preservar el ecosistema democrático de información, la diversidad de fuentes y el derecho a una interpretación no mediada por modelos opacos.
El WAIC también dejó en evidencia el mapa actual del poder industrial en IA. La exhibición estuvo dominada por firmas chinas como Huawei, Alibaba o Unitree, la empresa de robots humanoides. Aunque participaron compañías occidentales como Tesla, Alphabet o Amazon, su presencia fue menor. Elon Musk, habitual orador en ediciones anteriores, esta vez brilló por su ausencia.
La creciente presencia de actores locales no solo responde a la autosuficiencia tecnológica, sino a una estrategia explícita de control de la cadena de valor: desde la investigación y los chips hasta el hardware robótico y las aplicaciones finales. En un contexto de restricciones comerciales, esta integración vertical podría convertirse en una ventaja estructural.
Al mismo tiempo, China avanza en la estandarización de componentes de IA: desde protocolos de entrenamiento hasta interfaces para robots industriales. Este esfuerzo busca consolidar un ecosistema nacional robusto, pero también exportable, que funcione como alternativa a los modelos occidentales.
A estas alturas, hablar de “cooperación global” en inteligencia artificial es, en cierta medida, una ilusión pragmática. Aunque los discursos abogan por consensos, las acciones apuntan a una carrera armamentista tecnológica donde cada bloque defiende su visión del mundo.
Lo que China propone —una organización internacional, marcos comunes, código abierto, acceso compartido— puede interpretarse como una oferta diplomática, pero también como una maniobra para contrarrestar el cerco tecnológico occidental. Del mismo modo, la desregulación estadounidense, presentada como un estímulo a la innovación, también es una señal de que no se cederá el liderazgo sin luchar.
La inteligencia artificial ya no es una tecnología entre muchas. Es el núcleo donde convergen economía, poder y modelo de sociedad. Y las decisiones que se tomen en torno a su gobernanza marcarán las próximas décadas.
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