El economista Richard Wolff, profesor emérito de la Universidad de Massachusetts, ha lanzado una advertencia que resonará en los círculos económicos mundiales: el imperio estadounidense está llegando a su fin. Esta afirmación no es una mera especulación, sino el resultado de un análisis profundo de las tendencias económicas, políticas y financieras que han definido los últimos 75 años de hegemonía estadounidense.
Durante décadas, Estados Unidos ha mantenido su posición como la potencia mundial dominante, sustentada por el dólar como moneda de reserva global y una estructura económica que le permitía financiar su imperio a través del endeudamiento. Sin embargo, las grietas en este sistema están comenzando a mostrar señales alarmantes que sugieren un cambio fundamental en el orden mundial.
Los últimos 75 años han marcado el período más exitoso en la historia del poder estadounidense. Este período coincide con lo que Wolff describe como "una época de comportamiento moderado por parte de los presidentes de Estados Unidos", que paradójicamente ha sido también la era del apogeo del imperio estadounidense.
Este proceso de dominación global comenzó a finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos gradualmente desplazó al Imperio Británico como primera potencia mundial. La consolidación de este poder permitió a Estados Unidos lograr cuatro objetivos fundamentales:
Uno de los pilares fundamentales del poder estadounidense ha sido el estatus del dólar como moneda de reserva mundial. Este privilegio extraordinario ha funcionado como un "enorme subsidio" para la economía estadounidense, permitiendo al país importar bienes y servicios de todo el mundo a cambio de "trozos de papel verde sin valor".
El mecanismo funcionaba de la siguiente manera: los bancos centrales de todo el mundo mantenían reservas en dólares estadounidenses para respaldar sus propias monedas, considerando el dólar "tan bueno como el oro". Estos países, al no querer mantener grandes cantidades de papel moneda sin respaldo real, prestaban estos dólares de vuelta al gobierno estadounidense, financiando efectivamente el imperio que los dominaba.
La situación financiera de Estados Unidos ha alcanzado niveles críticos que amenazan la sostenibilidad del sistema. La deuda nacional ha superado los 36 billones de dólares, mientras que el PIB se mantiene en aproximadamente 28-29 billones de dólares. Esta relación deuda-PIB representa una señal de alarma que incluso los aliados más cercanos de Estados Unidos han comenzado a reconocer.
Un momento decisivo ocurrió cuando Japón, tradicionalmente uno de los aliados más dóciles de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, declaró por primera vez: "Es demasiado arriesgado. No podéis pedirnos que os prestemos más dinero". Esta declaración marca un punto de inflexión en la confianza internacional hacia la capacidad de pago estadounidense.
El problema de la deuda se ve agravado por el crecimiento exponencial del gasto en intereses. Desde 2021, este gasto se ha disparado debido al aumento tanto de la deuda total como de los tipos de interés. En 2024, el gasto en intereses superó los 800,000 millones de dólares, y las proyecciones para 2025 estiman que alcanzará cerca de un billón de dólares.
Esta partida presupuestaria ya supera el gasto en defensa, creando una situación paradójica donde Estados Unidos gasta más en pagar los intereses de su deuda que en mantener su poderío militar. Los presupuestos contemplan gastos que serán 1.8 billones de dólares superiores a los ingresos, creando un efecto de bola de nieve que hará cada vez más difícil la sostenibilidad fiscal.
La administración Trump ha intentado abordar esta crisis financiera mediante una combinación de reducción del gasto y aumento de ingresos a través de aranceles. Sin embargo, según el análisis de Wolff, esta estrategia está fundamentalmente equivocada y revela una comprensión limitada de los mecanismos económicos globales.
Trump ha prometido que los aranceles serán pagados por otros países, particularmente China, utilizando una retórica similar a cuando prometió que México pagaría por el muro fronterizo. Esta narrativa ignora la realidad económica básica de que los aranceles son pagados por los importadores domésticos, no por los países exportadores.
Más allá de la efectividad cuestionable de los aranceles, el problema fundamental radica en la incertidumbre que generan. Las constantes fluctuaciones en las tasas arancelarias - del 10% al 25%, luego al 200% - crean un ambiente de inestabilidad que impide la toma de decisiones empresariales a largo plazo.
Un ejemplo ilustrativo es el de una empresa fabricante de piezas de automóviles con una fábrica en México. Aunque los aranceles podrían teóricamente incentivar el traslado de la producción a Estados Unidos, la incertidumbre sobre la permanencia de estas medidas hace que tal inversión sea demasiado arriesgada. Las empresas no realizarán traslados costosos y que requieren años de planificación cuando no pueden predecir si las condiciones que motivaron la decisión seguirán vigentes.
Uno de los indicadores más claros del declive del imperio estadounidense es la erosión gradual del estatus del dólar como moneda de reserva mundial. En las décadas de 1950, 1960 y 1970, el dólar representaba entre el 70% y 80% de las reservas de los bancos centrales mundiales. Esta cifra ha caído dramáticamente al 40% en años recientes.
Los datos más actuales muestran que la participación del dólar en las reservas mundiales cayó del 70% en 1999 al 59% en 2021, y continuó descendiendo hasta el 57% en 2024. Este declive no se debe a una transferencia masiva hacia el euro, que se ha mantenido estable, sino a una diversificación hacia otras monedas como el dólar australiano, el dólar canadiense y el yuan chino.
La pérdida del monopolio del dólar como moneda de reserva tiene implicaciones profundas para la economía estadounidense. Sin este privilegio, Estados Unidos ya no puede financiar sus déficits mediante la simple emisión de moneda que otros países están obligados a aceptar y mantener en reservas.
Esta situación fuerza al país a competir en términos más equitativos con otras economías, perdiendo la ventaja artificial que le permitía mantener niveles de consumo y gasto militar desproporcionados a su capacidad productiva real.
El análisis de Wolff revela que durante los últimos 40 años ha ocurrido una "redistribución radical de la riqueza" desde la clase media y baja hacia los estratos más altos de la sociedad. Esta concentración se ha vuelto cada vez más extrema: mientras mejor posicionado esté alguien en la escala de ingresos, mayores han sido sus ganancias relativas.
Los datos muestran que el 1% más rico de la población controla entre el 35% y 40% de la riqueza total, mientras que el 90% de la población (excluyendo al 10% más rico) posee apenas el 20% de la riqueza nacional. Esta brecha continúa expandiéndose, creando una estructura social insostenible.
El crecimiento del consumo durante las últimas décadas se ha sustentado en tres pilares fundamentalmente insostenibles:
Este modelo ha llegado a su límite. Las familias estadounidenses se encuentran "ahogándose en deudas" mientras que los salarios reales no han experimentado aumentos significativos. La única variable que ha crecido consistentemente es el nivel de endeudamiento familiar.
Una de las ironías más significativas de la política exterior estadounidense actual es que su agresividad está generando el efecto contrario al deseado. En lugar de mantener la fragmentación de sus competidores, Estados Unidos está inadvertidamente promoviendo la unificación de otras potencias mundiales.
Europa, que históricamente ha tenido dificultades para unirse bajo el marco de las alianzas con Estados Unidos, ahora encuentra en la hostilidad estadounidense un motivo para una mayor cohesión. Similarmente, países asiáticos como China, Japón y Corea del Sur, que mantienen tensiones históricas significativas entre ellos, están encontrando puntos de convergencia para hacer frente a la presión estadounidense.
Según Wolff, para gran parte del mundo, Estados Unidos se ha convertido en un "estado canalla". Independientemente de si los estadounidenses están de acuerdo con esta percepción, la realidad es que así es como una parte significativa de la comunidad internacional ve al país. Esta percepción tiene consecuencias prácticas importantes en términos de cooperación internacional, comercio y diplomacia.
El declive del imperio estadounidense no es un fenómeno único en la historia mundial. Wolff recuerda que todos los grandes imperios han seguido un patrón similar: el imperio griego, romano, persa, otomano e incluso el antiguo imperio chino han desaparecido. El imperio británico, el predecesor inmediato de Estados Unidos como hegemonía mundial, también experimentó su declive.
La pregunta nunca fue si el imperio estadounidense terminaría, sino cuándo y cómo ocurriría este declive. Según el análisis presentado, el "cuándo" es ahora, y el "cómo" son las acciones desesperadas que estamos presenciando: recortes extremos del gasto, imposición de aranceles y la búsqueda de chivos expiatorios en el extranjero.
Un elemento común en el declive de los imperios es la negación de la realidad por parte de la población y las élites dirigentes. Estados Unidos se encuentra actualmente en este "modo de negación", prefiriendo atacar a otros países y buscar culpables externos en lugar de abordar los problemas estructurales internos que han llevado a esta situación.
El declive del imperio estadounidense no significa necesariamente el colapso del país, sino más bien una transición hacia un mundo multipolar donde ninguna potencia individual mantenga la hegemonía absoluta. China, la Unión Europea, India y otras potencias regionales están posicionándose para ocupar espacios en este nuevo orden mundial.
Esta transición presenta tanto desafíos como oportunidades. Para Estados Unidos, el desafío principal será adaptarse a un papel menos dominante en los asuntos mundiales mientras mantiene su prosperidad interna. Para el resto del mundo, la oportunidad radica en la posibilidad de un sistema internacional más equitativo y menos dependiente de las decisiones de una sola potencia.
El análisis de Richard Wolff sobre el declive del imperio estadounidense no es una predicción apocalíptica, sino una evaluación sobria de las tendencias económicas y políticas actuales. Los indicadores son claros: la insostenibilidad de la deuda nacional, la pérdida del privilegio del dólar, la concentración extrema de la riqueza y el aislamiento internacional creciente apuntan hacia el fin de una era.
La pregunta crucial no es si este declive ocurrirá, sino cómo gestionará Estados Unidos esta transición. Las políticas actuales de aranceles, reducción del gasto y búsqueda de chivos expiatorios sugieren que el país aún no ha aceptado completamente su nueva realidad. Una adaptación exitosa requerirá un reconocimiento honesto de los límites del poder estadounidense y una estrategia más cooperativa en el escenario internacional.
El mundo está presenciando un cambio histórico en el equilibrio de poder global. La forma en que se maneje esta transición determinará no solo el futuro de Estados Unidos, sino la estabilidad y prosperidad del sistema internacional en las próximas décadas. La historia nos enseña que los imperios que logran gestionar su declive de manera pacífica y constructiva pueden mantener su influencia y prosperidad, mientras que aquellos que resisten violentamente el cambio a menudo enfrentan consecuencias más severas.
El mensaje de Wolff es claro: es hora de que Estados Unidos y el mundo se preparen para una nueva era de relaciones internacionales más equilibradas y cooperativas.
tags: declive imperio estadounidense, economía EEUU, deuda nacional, dólar reserva mundial, Richard Wolff, crisis financiera, aranceles Trump, hegemonía de Estados Unidos
Aviso Legal:
El contenido de este blog tiene fines informativos y refleja opiniones personales sobre inteligencia artificial, automatización y tecnología. No constituye asesoramiento profesional.
Aunque en Thalios nos esforzamos por ofrecer información precisa y actualizada, no garantizamos su exactitud, integridad o vigencia. Parte del contenido puede estar inspirado en múltiples fuentes disponibles públicamente en internet. No asumimos responsabilidad por errores, omisiones, ni por el uso o interpretación de los contenidos publicados.
Los temas tratados pueden cambiar con rapidez. Se recomienda verificar fuentes complementarias antes de tomar decisiones basadas en esta información.
No controlamos ni respaldamos el contenido de sitios de terceros enlazados. Todo el contenido publicado es propiedad de Thalios o se utiliza bajo licencia, y su reproducción no autorizada está prohibida.
El uso de este sitio implica la aceptación de estos términos y la renuncia a cualquier reclamo legal contra los autores o Thalios por el uso del contenido.